La masacre sangrienta ya había ocurrido: habían asesinado a padres, hermanos, tíos, amigos, primos, abuelos. Pero lo que iba a seguir de ahora en adelante para las familias despojadas de Mampuján sería la verdadera tragedia. Muchas de las familias fueron catalogadas como guerrilleras, por lo que tuvieron que desplazarse a otras regiones del país para así evitar ser etiquetadas y encontrar un trabajo para subsistir. Otras, fueron albergadas en un colegio, en la casa de la cultura y un prostíbulo en una población de María La Baja.

 

Durante mucho tiempo, éstas familias vivieron bajo condiciones de hacinamiento, con poca intimidad y pésimas condiciones de salud y aseo. Luego de unos años, los pobladores originarios de la vereda se cansaron de sus ‘inivitados’, por lo que el cura de la iglesia principal aportó una gran cantidad de dinero para comprar unas hectáreas en la vía principal que conduce a Cartagena: el Nuevo Mampuján.